No quisiera dogmatizar sobre un tema que se presta a la controversia desde todos los puntos de vista: histórico, filosófico, cultural, y sobre todo religioso. Desearía relatar algunas vivencias que me llevaron a reflexionar sobre el perdón, la memoria y la justicia, para confrontar puntos de vista desde una plataforma de respeto y honestidad.
Fingieron olvidar.
Un pasaje del Éxodo afirma que los comportamientos de los padres afectan a los descendientes hasta la tercera generación. Nuestros progenitores sabían que resistir las embestidas de la intolerancia demanda raíces sólidamente encastradas en un denso sustrato de memoria, pero construir la identidad exige alas para trascender el contexto. Sacrificaron el pasado para garantizar el futuro y se negaron a lastrarnos con sus justos resentimientos. Enterraron sus dolores en la tumba del falso olvido, pero la historia, tenaz como un río subterráneo, emergió para purificar los recuerdos. Con el conocimiento de los hechos, comenzaron las especulaciones y los problemas de conciencia.
Ortega afirma: “Las creencias, están más arraigadas en nuestro espíritu que las ideas”. Es evidente que los saberes absorbidos con la leche materna conforman la trama y urdimbre de nuestro tejido vital, y que Las enseñanzas de nuestra infancia son el fundamento de nuestra personalidad.
Nos enfrentamos entonces a un nuevo dilema ¿Era posible–y sobre todo ¿era lícito?- perdonar en nombre de los asesinados, a quienes no habían mostrado siquiera arrepentimiento?
En el judaísmo se contemplan dos tipos de pecados. Los cometidos contra Dios, y los que se cometen contra los hombres, que deben otorgar su perdón. Pero, No se puede perdonar en nombre de otro, lo cual convierte el asesinato en IMPERDONABLE. De hecho, al comenzar, el Año Nuevo judío, es necesario arrepentirse y disculparse con todas las personas a quien se haya podido ofender. Al cabo de diez días, un ayuno de 26 horas, culmina la limpieza del alma pidiendo entonces perdón a Dios.
Entendimos que nuestro deber era rescatar y transmitir el sufrimiento de los que habían muerto para que pudiéramos vivir, y nos propusimos recordar la Historia para evitar su repetición. El perdón era entonces solamente una prerrogativa individual y libre, que cada uno podía ejercer – o no- cuando conociera los hechos.
Definición del perdón
Para conseguir el necesario sosiego del alma, la generación que sobrevivió a la Shoá forjó un nuevo axioma, “FINJO OLVIDAR porque NO PUEDO PERDONAR”. El recuerdo enterrado de los horrores no admitía olvido real e imposibilitaba un perdón inmerecido. No habría expiación de los culpables, ni honras fúnebres para los muertos. Angustiados, incapaces de conceder ese perdón que no les competía, nuestros mayores decidieron liberar al menos a sus descendientes del odio, con el fin de vislumbrar una posible redención. Con ello, obviaron la herencia de las culpas, pero no pudieron impedir la transmisión de los ultrajes. Los asesinos nos habían privado de abuelos, padres, tíos, primos… e impidieron a millones de seres humanos nacer. Si es cierto que Quien SALVA a un ser humano, salva su descendencia, quien LO MATA, LA ASESINA.
Los supervivientes y sus herederos tendrían que enfrentarse a la disyuntiva de exigir el pago de la deuda o perdonar.
El tiempo es un sendero unidireccional que no admite retroceso. Las hambrunas, epidemias y guerras han azotado durante milenios a la humanidad, y sin embargo, el civilizado siglo XX pasará a la historia como el Siglo Maldito, no solo por sus 90 millones de muertos sino por la saña y la voluntad de asesinar en nombre de tres “ismos” siniestros: el Nazismo, el Fascismo y el Estalinismo…a los que añadimos hoy, el Yihadismo.
Si era difícil castigar a los criminales directos, era imposible sancionar a los indiferentes que permitieron al mal enseñorearse de un continente. El mundo se debatía entre la necesidad moral de imponer un castigo ejemplar a los verdugos, y la generosidad del perdón que posibilitaría la recuperación de la fe en la humanidad, esperando contra toda esperanza que la barbarie no se repetiría. Si el pretérito era el tiempo del recuerdo, el condicional ansiaba ser el de la confianza en los seres humanos, si se mostraban generosos.
Muchos pensadores han intentado comprender los genocidios, y Jankelevitch concluyó:”Cuando un crimen no puede ser justificado ni comprendido, y su atrocidad no tiene atenuantes, o bien se abandona la esperanza de regeneración o solo se puede perdonar”.
Los supervivientes y descendientes de los desaparecidos, se aferraron al recuerdo, única compensación que podían ofrecer a los mártires. Esa memoria era la marca de Caín en la frente de los verdugos, pero no implicaba la concesión del perdón. Las indemnizaciones económicas ofrecidas- nunca devolverían a los muertos, y muchos las rechazaron, pues aceptarlas parecía otorgar un inmerecido indulto. Los crímenes del siglo XX debían dirimirse entre los descendientes de los verdugos y los supervivientes de las víctimas, que no podían perdonar el mal ajeno y no expiado.
La idea de perdón ha evolucionado a lo largo de los siglos adaptándose a las corrientes culturales y religiosas. Occidente es hijo de dos memorias, la griega, equitativa y racional, y la judeo-cristiana normativa y emocional.
El concepto de perdón en la moral griega era casi inexistente, y Platón recomendaba “Haz el bien a tus amigos, y el mal a tus enemigos”. El honor era irrenunciable y las faltas se castigaban en función de sus efectos, soslayando la intencionalidad y por tanto la responsabilidad. (Se castigaba a animales!) La divinidad ofendida exigía reparación, desatando catástrofes. El ejército griego no puede zarpar hacia Troya por vientos desfavorables, y Agamenón debe sacrificar a su hija Ifigenia para compensar el secuestro de Criseis, hija del sacerdote de Apolo. ”Hija por hija”
La Biblia, compendio de preceptos de la primera religión monoteísta, comienza con transgresiones propias de la progenie humana: una desobediencia y un fratricidio, que reciben su correspondiente castigo. Adán y Eva son expulsados del paraíso y Dios maldice a Caín, pero lo deja vivir. Al sufrimiento sucede un perdón FUNDACIONAL que permite salvar a la descendencia inocente. El Dios judío es en definitiva un Padre, que ofrece un amplio código de 613 REGLAS, mitzvots- o buenas acciones- para regular los aspectos de la vida, pero sanciona las faltas, porque el castigo es formativo. Hashem educa al hombre, porque conoce su esencia y le ha otorgado libre albedrío. Otros pueblos con dioses más permisivos, han desparecido como consecuencia de la relativización de las normas morales.
Las sociedades occidentales han rebajado de manera inquietante el umbral de tolerancia, y asistimos a constantes violaciones del derecho, con la connivencia y participación de los gobernantes, a quien solo preocupa la pérdida de votos y la ilusoria paz social. !Y no estamos dispuestos a perdonarlos! Las víctimas son nuevamente victimizadas por ese afán de minimizar o esconder los hechos, para borrar el crimen. Tal vez esto explique el auge de ideologías totalitarias y represivas que establecen normas coercitivas y castigos primitivos. Todos necesitamos contención y guías, pero sin los candiles de la razón se cae en las tinieblas del fanatismo.
El código de Hamurabí, las Leyes griegas y romanas y la Biblia, convierten el mal en conmutativo en un intento de proporcionalidad: “Ojo por ojo…”. Antiguamente, la venganza era un deber moral y social cuya omisión condenaba a la pérdida del honor. Lejos de considerarse una manifestación cruel y sanguinaria, se llevaba a cabo sin intermediarios ni equilibrio, hasta la implantación de la ley del Talión. La espiral de violencia que provocaban las represalias personales, acabó sucumbiendo a la racionalidad, cuando la ejecución se confió a una autoridad religiosa o civil. Los códigos actuales buscan ser punitivos en vez de vengativos, y el símbolo de la justicia es la balanza. Cumplida la pena, el reo – haya o no arrepentimiento- alcanza el indulto social, aunque no consiga el perdón del agraviado. El reconocimiento universal del sistema es su mejor garantía de eficacia.
Si bien la ley judía propugna la justicia, lleva en su ideología el germen del amor. El sabio Hillel resume la Torah en una frase “No hagas al prójimo lo que no quieres que te haga”. Esta frase será recogida en la doctrina cristiana como “Ama tu prójimo como a ti mismo”, y por primera vez se pide perdonar sin ambages.
Filósofos como Nietzsche consideran la concesión del perdón como una estrategia de los débiles, que no pudiendo acceder a la venganza la delegan en un ser Todopoderoso que la tomará en su nombre. No renuncian a la justicia, ya que la esperanza del paraíso o del infierno simplemente pospone, más allá de la vida, la consecución del premio o castigo. Se deja en manos más capaces la reparación del agravio.
La moral cristiana viene a resarcirlos otorgándoles la potestad de delegar en el Ser más Poderoso del universo la venganza que no pueden proporcionarse. “No juzgues y no serás juzgado. Perdona, porque la justicia es Mía”. Dios libera al hombre de la carga de tomar la justicia por su mano, y se convierte en el garante de un cambio de valores que exige perdonar Todo a Todos.
Los pueblos son hijos de sus códigos religiosos y culturales, que han ido adaptando a los tiempos históricos, los espacios geográficos y las circunstancias socio-económicas. Algunas culturas han evolucionado mientras otras se anclan en conceptos fosilizados o dogmáticos, obviando que los textos sagrados son alegorías concebidas en los albores de la civilización.
(Curiosamente, la ley del Talión, en apariencia tan vengativa, no ha producido un pueblo guerrero y los judíos han soportado con resignación a lo largo de la historia las persecuciones y matanzas. El mundo, acostumbrado a esa docilidad, critica hoy la fuerza defensiva empleada por el estado de Israel, que evidentemente prefiere los reproches a las honras fúnebres. No falta quien atribuye las inmediatas represalias al código taliónico, enraizado en el acervo religioso y cultural del pueblo hebreo. Sin embargo, ni las personas ni los estados aceptan afrentas o injurias gratuitas.)
Nadie perdona “de verdad y sin fisuras”, y si no se ejercita la venganza directa, se recurre a la justicia secular, que curiosamente es siempre Taliónica en su esencia, aunque ya no imponga con rigor el “ojo por ojo”, sino una lista de equivalencias.
¿Pero qué ocurre cuando un crimen sobrepasa la imaginación, y sus consecuencias perduran eternamente? Es imposible juzgarlo y quimérico perdonar, pues como afirma Hannah Arendt “No se puede perdonar lo que no se puede castigar ni castigar lo que no se puede perdonar”.
Nuestros ancestros cargaban los pecados sobre un carnero que abandonaban en el desierto. Los genocidas que asesinan en nombre de una alteridad racial, religiosa o política, siguen utilizando chivos expiatorios culpándolos de males imaginarios, para desviar la atención de sus propias transgresiones. Bajo el pretexto de erradicar la raíz del mal, asesinan impunemente, fundamentando sus acciones en preceptos religiosos, desvirtuando el sentido de unas doctrinas, que en su origen solo aspiraban a canalizar los instintos naturales y elevar el espíritu hasta la divinidad ejemplarizante.
Los mandatos religiosos y morales, que han contribuido a civilizar al hombre han permitido consensuar una Carta Magna de derechos Fundamentales, compendiados en Los DERECHOS HUMANOS. Publicados en 1948, son los nuevos mandamientos que rigen la convivencia entre los hombres, independientemente de su credo. Su base es la Dignidad Humana, sin entrar en consideraciones de orden religioso, político, de género o raza- circunstancias debidas al azar, que deben ser respetadas.
(Derechos Civiles o Políticos – A la Vida, integridad física y espiritual, igualdad, libertad, y honor, Trabajo, Vivienda, Sanidad, Educación, Protección a la familia y el medio ambiente…)
Por desgracia, todos los estados NO HAN ADHERIDO a esta declaración.
Es importante no crear una falsa dicotomía entre justicia y perdón, pues el perdón espiritual no contraviene la aplicación de una justicia punitiva, y la misericordia divina no exime del castigo terrenal.
Si la venganza parece antisocial y amoral, la justa reparación calma la indignación y el dolor del agraviado. Todos clamamos JUSTICIA, pues el castigo satisface el ansia de compensación, aunque no evita la repetición de la injuria. La concesión del perdón- moralmente tranquilizador- solo puede ser voluntaria.
Ante el arrepentimiento sincero e incluso sin él, el Dios cristiano ordena perdonar, pero según Amelia Valcárcel “¿Como pedir el perdón cristiano a quienes no lo tienen en sus registros morales?” Las religiones no cristianas no conocen ese imperativo.
Pero justicia y perdón no contravienen el DERECHO A RECORDAR, en nombre de la memoria irrenunciable.
En resumen: para armonizar las relaciones humanas, se imponía redactar y consensuar un CÓDIGO UNIVERSAL, independiente de criterios culturales o religiosos. Las religiones subliman algunas normas (el respeto a la vida p.ej. comienza en el momento del nacimiento en ciertas culturas, y en el de la concepción en otras), y les atribuye una dimensión espiritual que TRASCIENDE lo terrenal, pero sus mandatos, son un obstáculo para el consenso UNIVERSAL. Siempre y cuando no se infrinja la ley, y dentro del respeto a las normas civiles consensuadas por la mayoría, se pueden y se deben aceptar actitudes y actuaciones diversas dentro del ámbito restringido a un colectivo.
Las personas religiosas priorizarán los preceptos de su credo sobre las leyes- No se divorciarán ni contraerán uniones homosexuales. Sus creencias están por encima de las normas, pero no pueden exigir obediencia a quienes no las comparten. Educación y respeto son fundamentales para asumir la alteridad. No es lo mismo tener una ley que PERMITE el aborto, que estar OBLIGADO a abortar por decreto como ocurre en algunos países orientales superpoblados.
No estamos facultados para decidir por otros, pero debemos abstenernos de emitir juicios de valor, y aceptar las diferencias, evitando las AGRESIONES y posteriores disculpas. Es mejor prevenir que remediar.
La Justicia es de obligada aplicación pues Todos ansiamos colmar la necesidad de equidad y equilibrio inherente a nuestra naturaleza. Es un asunto normativo. El perdón es potestativo. Se puede elegir concederlo para liberarse de la angustia y optar a un futuro mejor, pero todos tenemos el derecho de NO perdonar, si el recuerdo del agravio sigue siendo doloroso y sus consecuencias todavía perduran. Es una decisión Personal y Emocional.
Verónica Nehama es licenciada en Químicas y en Lengua Francesa, ex directora y profesora del colegio judío de Madrid Centro de Estudios Ibn Gabirol – Colegio Estrella Toledano, y escritora de «Las Turquesas Mágicas».
La conferencia ha sido impartida en la sección de Mitos, Religiones y Humanidades del Ateneo de Madrid, y en los martes del Consejo Español de Mujeres Israelitas.