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El Cotton Club sefardí, por Jorge Rozemblum

Hay gente enamorada de la música sefardí y que, sin embargo, odia a los judíos. Así de claro. El propio ideólogo nazi Alfred Rosenberg sentía fascinación por los objetos relacionados con el judaísmo que coleccionaba con pasión, sin que ello lo acercase en lo más mínimo a tenerles ningún respeto o consideración. En España incluso hay quienes viven de la música judía (como gestores culturales de localidades en las que se descubren huellas de este tipo; como organizadores de conciertos, exposiciones y eventos en base a este legado; e incluso como intérpretes, rescatando y reviviendo esta herencia) y que son judeófobos, tal como recoge la definición de esta discriminación el Foro Europeo sobre Antisemitismo en el punto que señala como tal “Negar al pueblo judío el derecho de autodeterminación, por ejemplo afirmando que la existencia del Estado de Israel es un proyecto racista”. He conocido unos cuantos casos, lo que me hace pensar en todos a los que no he preguntado nunca explícitamente qué opinan del tema. La reacción ha sido siempre la misma, de ofensa. “¿Cómo puedes acusarme de racista justamente a mí, con lo que hago por vuestra cultura?”. La respuesta a la segunda parte es obvia: lucrarse. En cuanto a la primera acusación, no hay que alejarse mucho del tema para recordar que el famoso club nocturno de la época de la Ley Seca estadounidense, el Cotton Club, que basaba sus espectáculos en la actuación de los músicos afroamericanos y del emergente jazz, sin embargo prohibía la entrada de personas de piel negra al local. En España también son muchos los que prefieren contratar a artistas no judíos (nacionales y extranjeros) para interpretar música sefardí, no sea que programen temas (tan populares entre los descendientes de los expulsados como desconocidos u “obviados” aquí) como “Irme kero a Yerushalayim”. Tampoco hay que irse lejos en el mapa y el tiempo para observar un fenómeno similar entre artistas y amantes del flamenco, que se mudarían inmediatamente de barrio en cuanto un gitano se instalase en el vecindario. Como suelen decir “por lo bajini”: hay gitanos y gitanos, hay judíos y judíos. En cuanto a estos últimos, muchos más respetables cuanto más muertos estemos. Por supuesto, eso no quiere decir (ni mucho menos) que todos los cantantes y amantes de la cultura sefardí sean antisemitas e ilegitimen la existencia de Israel. Al contrario: suelen ser personas muy queridas y cercanas. Otras, sin embargo, se empeñan en establecer unas fronteras muy delimitadas para que su cariño y admiración lleguen sólo a los judíos descendientes de los que salieron de España, aunque las investigaciones apunten a que el 65% de los ashkenazíes (los judíos originarios del centro y este de Europa) compartan este linaje genético. Y eso por no hablar de aquellos que como, por ejemplo, los judíos ashkenazíes de Iberoamérica, llevan hasta cinco generaciones empapados de la cultura y lengua española, o que conocen la sefardí mucho mejor que la inmensa mayoría de los españoles. Que lo que une la cultura, no lo separe el racismo. Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad

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En nombre del Nombre, por Jorge Rozemblum

Las huestes de las cruzadas cristianas en Europa se enardecían al grito de “Deus vult”, en latín: Dios lo quiere. Una variante de la misma (“Deus lo vult”) aparece como lema en el escudo de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. Para miles de judíos europeos de los siglos XI al XIII también fueron esas las palabras que oyeron mientras los masacraban (a falta de musulmanes a mano) en el camino a redimir Tierra Santa. Por otra parte, hoy día judíos, cristianos, jazidíes y hasta musulmanes son atacados al grito de “Al·lahu·àkbar” (Dios es el más grande, en árabe): desde los que estrellan un avión contra un edificio, a los que se hacen volar con una carga explosiva en una pizzería, pasando por quien decapita o crucifica a un prisionero, o simplemente se abalanza sobre un viandante en la calle cuchillo en mano. Nosotros, los judíos, tenemos prohibido utilizar Hashem Hamefurash o nombre explícito en hebreo, ni siquiera a la hora de rezar, ya que el conocimiento de este Nombre se perdió tras la destrucción del Segundo Templo. No se trata de algo impronunciable, sino sagrado, únicamente reservado al gran sacerdote en el Templo. Para referirse a la divinidad se utilizan formas alternativas, desde las más conocidas como Adonáy (mi Señor), Elohím(y aún una forma alternativa a la alternativa, Elokím), El Elion (ser superior), En Sof (infinito), Ehyé Asher Ehyé (soy el que soy), Avinu (padre nuestro), Hakadosh Baruj Hu (el santo bendito), etc. En judeoespañol suele usarse también la palabra Dió, evitando la S final de su origen en español, para no atribuirle un número gramatical plural inaceptable. Pero (para mí, al menos) la alternativa más abstracta y significativa es HaShem, simplemente el Nombre, como en la expresión habitual “baruj haShem”, bendito sea el Nombre, equivalente al cristiano, “gracias a Dios”. En pocos días volveremos a conmemorar y festejar Purím, una fiesta cuyo relato se expresa en un libro bíblico, el Rollo de Esther, que no refiere ni tan sólo una vez el Nombre. Aunque la salvación de los judíos en Persia que relata tiene tintes casi milagrosos, dicho texto deja claro que la responsabilidad por la propia supervivencia del pueblo judío está siempre en manos de sus miembros, que depende de sus acciones más incluso que de la fuerza de su fe. No se trata de una grey protegida por Dios, sino de un pueblo que se protege a sí mismo: una conclusión que permite entender mejor el significado del Israel actual como estado, cuyo fundamento es el pueblo judío y no la propia religión, aunque esta sirva de inspiración y vínculo. Dicen los sabios que Purím es una fiesta de confusión en la que estamos autorizados a tomar vino hasta no distinguir entre los nombres del villano Amán y del pío Mardoqueo, a jugar a ser otros mediante disfraces y juegos teatrales, a celebrar con jolgorio el haber estado a punto de ser exterminados, a ayunar y luego participar de un banquete, a reafirmar que los protagonistas y responsables de nuestros actos (de los buenos y los peores) seguimos siendo nosotros mismos. Y que no somos títeres de los dioses del Olimpo, ni procuramos muerte y dolor por su voluntad y dictado. Que no tomamos su Nombre en vano. Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad (Editorial semanal publicada el 28 de febrero)

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11 Aniversario de Radio Sefarad – Editorial ¡Somos primos!, por Jorge Rozemblum

Si bien, la siguiente editorial fue publicada el pasado viernes 6 de febrero, no deja de ser relevante puesto que es esta semana que Radio Sefarad cumple 11 años. ¡Somos primos!, por Jorge Rozemblum sta semana Radio Sefarad cumple 11 años. No es un número redondo: al contrario, es uno primo, divisible de forma entera sólo por sí mismo y por el uno. A medida que avanzamos en la numeración, esta característica es cada vez menos frecuente, y los matemáticos del mundo aún no han hallado la fórmula para saber si en algún punto cercano al infinito se acaban. Lo que es seguro de momento es que estamos todavía muy lejos de nuestros límites.Nosotros somos y nos sentimos primos, orgullosos de haber llegado hasta aquí sin que nuestra trayectoria pueda dividirse más que por sí misma: una sola etapa llena de pasos y huellas imprescindibles, de caras y voces, de letras y tiempos, para traernos hasta donde estamos, para cosernos con un hilo invisible a vuestra cotidianeidad y formar parte de ese vosotros que, también, es indivisible y en continua expansión.¿Para qué debe servirnos este soplo virtual de once velas? Para que tiréis de nuestras orejas cada vez que tengáis algo que decirnos, por nimio que os parezca, que siempre nos alegrará saber quién está justificando nuestra propia razón de ser y por qué. Para volver a plantearnos, como cada año y día de trabajo, qué más y cómo. Para seguir cumpliendo con la primalidad de los contenidos que os ofrecemos, aunque –como los números- cada vez resulte más complicado dar con aquellos que nunca antes hayamos abordado y que sean lo que estabais deseando oír. O para que volvamos a ratificarnos en la unidad labrada por un pueblo que lleva miles de años releyendo un mismo libro, descubriendo en sus páginas cada vez un nuevo mundo.Sólo estamos dispuestos a dividirnos por LO que somos, no por LOS que somos, ni por los que han sido en este medio. Somos el resultado de esa unanimidad (un ánima, un alma) que intentamos forjar con el que nos «cliquea» (¡oh, los tiempos en que había que “sintonizar”!), con el que nos “retuitea”, nos “comparte”, nos “sigue” o, simplemente, ya es tan Radio Sefarad como nosotros mismos. Ya me dirán, si no, qué objetivo tiene preparar una suculenta comida si nadie la va a saborear, aunque sea a su tiempo y lugar, pero con la sensación primordial de estar todos sentados a la misma mesa. De eso se trata.Y aquí seguiremos con esa única condición: que ustedes también lo hagan. Y que no cesen de invitar a nuevas almas a sumarse a la cena familiar que servimos seis veces por semana. Para que cada vez seamos más UNO, más nosotros mismos y la mesa se nos llene de alegría por la vida. ¡Gracias, primos!

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Nunca digas nunca más, por Jorge Rozemblum

Hay expresiones tan contundentes, que suelen tener más de un padre. Hace mucho oí decir que en las paredes de algún campo de concentración, los judíos liberados de la suerte que corrieron seis millones de sus símiles escribieron “Nunca más”. Años después, ese era el nombre del informe sobre la “guerra sucia” y los desaparecidos durante la dictadura militar en Argentina a mediados de los 70. En alguna parte leí que la frase original apareció escrita en el gueto de Varsovia durante su levantamiento en 1943, y en otras, que era el grito de los franceses al final de la Segunda Guerra Mundial. Sea cual sea el origen, algo tengo claro: cuando se afirma tal es porque hay un peligro muy real de que vuelva a suceder. En realidad, en 1945, cuando los aliados fueron abriendo una a una durante casi todo el año las puertas de las distintas fábricas de muerte y dolor (campos de exterminio y concentración), la posibilidad del retorno del horror nazi parecía totalmente desterrada. El “Nunca más” quedó confinado a las víctimas directas de la pesadilla de los campos, especialmente los judíos. Sin embargo, con el paso del tiempo, no sólo que el lema fue adoptado para otras causas, sino instrumentalizado en sentido inverso y perverso, poniendo a las antiguas víctimas en el papel de verdugos. El éxito estaba asegurado en un mundo al que le pesaba el pecado de la inacción frente a la barbarie nazi y que ahora pretendía relativizarlo. Y con ello, el compromiso absoluto del adverbio quedaba reducido a un tímido recuerdo, ahora sí asumible por las naciones, unidas habitualmente en consignas de condena huecas hacia el pasado y parciales hacia el presente. El retorno de los nazis (neo-nazis es un eufemismo, síntoma de nuestra cobardía para reconocer la insoportable gravedad del ser) ya no es una pesadilla teórica. La amenaza de un genocidio israelí (judío) se negocia estos días con negacionistas a punto de poner en marcha sus crematorios nucleares. Nunca antes estuvimos tan lejos del “nunca más” de los campos. ¿Cuánto dura “nunca”? ¿Se puede aprender algo de la shoá? ¿Y del antisemitismo? Frecuentemente se cita la educación y el conocimiento como las armas más poderosas para combatir estas lacras. Paradójicamente, el holocausto judío tuvo lugar en una de las naciones más civilizadas, educadas e informadas de entonces. Del mismo modo que uno no supera el pánico, por ejemplo, a las serpientes o el vértigo a las alturas simplemente leyendo y cultivándose, el odio al judío en Occidente está también enquistado en el cerebro reptil de los actos reflejos e intuitivos. Eso no se cura leyendo sobre los judíos, sino viéndolos, escuchándolos, tocándolos, reconociéndolos (a pesar de la ausencia de características genéticas propias), ganando su confianza y erradicando las conductas de odio implantadas durante siglos de convivencias o de ausencias (como es el caso español). El “nunca más” debería empezar por reconocer que el “nunca” se construye momento a momento, siempre por acción, no por inercia. Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad

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Los otros campos del Holocausto judío, por Jorge Rozemblum

No todos los campos en los que se puso en práctica la “solución final” nazi estaban dedicados al exterminio, como el nefasto y famoso de Auschwitz. También los había de concentración y de trabajos forzados. La misma palabra “campo” en español sirve para crear una nueva expresión, campo semántico, que aún no ha sido “liberada” en lo que al Holocausto judío se refiere. Se trata de un grupo de palabras relacionadas por su significado y que comparten ciertas características comunes. Por ejemplo, calle, vía, senda, sendero, camino, ruta, etc. constituyen un mismo campo semántico. La palabra “holocausto” empezó a utilizarse sólo a finales de los 50 y por historiadores judíos, a fin de encontrar un término concreto para describir un final tan brutal como el que sufrieron esas colectividades en Europa, con un saldo mayor a los seis millones de víctimas, una tercera parte del censo mundial. Hasta entonces, utilizaban una expresión en ídish, “jurbn eirope”, la destrucción física y cultural de las comunidades judías europeas. Sin embargo, tanto los términos holocausto como genocidio se generalizaron a otros conflictos (como el de los armenios, el de Ruanda-Burundi o el de la ex Yugoslavia), por lo que empezó a utilizarse el término hebreo “shoá” (devastación) para circunscribirse específicamente al holocausto judío. Esas tres palabras (genocidio, holocausto y shoá) constituyen un campo semántico, lo que no quiere decir que signifiquen exactamente lo mismo. Mucho más interesantes son las relaciones lineales de significación, es decir, las cadenas de palabras que se relacionan de forma cada vez más indirecta, sólo parcial, con el tronco semántico del holocausto y son utilizadas como sinónimos. Por un lado, podemos descubrir una línea eufemística que suaviza la contundencia del hecho histórico, definiéndolo como desastre, persecución o limpieza étnica. Otra línea, aunque más dura, lo generaliza gradualmente: matanza, asesinato en masa o masacre. Existe otra línea de significación centrípeta, que relaciona los hechos con la propia historia y condición de la víctima: antisemitismo, judeofobia, judenrein (libre de judíos). Y otra, más perversa, que utiliza esta relación lineal para crear confusión y falsas equivalencias que convierten a la víctima en victimario. Que les permite disfrazar el mismo odio ancestral -motor de la muerte en los campos de exterminio- en discurso antiisraelí, supuestamente situado en las antípodas ideológicas de los perpetradores racistas. El régimen nazi no sólo pretendió el final físico de los judíos, sino también el expolio de sus bienes, memoria y significado. Aunque los campos de concentración, trabajos forzados y exterminio fueron liberados hace 70 años, los semánticos siguen echando humo en los crematorios de las palabras. Como a los vecinos de Auschwitz, a la mayoría, el olor de las medias verdades y las mentiras completas no les molesta ni inquieta. A muchos incluso les agrada, porque enmascara el hedor de sus propias vergüenzas. Shabat shalom. Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad

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Por la continuidad de Occidente, por Abraham Barchilón

He dejado transcurrir un espacio de tiempo que considero de “duelo”, para serenar el alma, que nuestros lagrimales dejaran de verter, aunque el corazón siga llorando y así poder ver mejor el horizonte y abrir los ojos hacia el futuro. Se vertieron ríos de tinta, y también de sangre, en esos días de masacre, donde personas inocentes eran abatidas por el “fuego” de la sin razón, donde, desde el miércoles, día en que comenzó esa triste andadura, hasta el viernes en que finalizó, por minutos, por no decir por segundos, se fueron desmoronado los “argumentos” de los terroristas. Desgraciadamente, se llegó a la conclusión de que no era sólo un atroz ataque contra un medio de comunicación, ni contra el derecho de libertad de expresión, ni siquiera contra la aceptación de la justicia como elemento de convivencia (pues la francesa había fallado en contra de sus pretensiones), ni siquiera sólo contra los judíos – aunque, como siempre, acabaron siendo, también esta vez, parte de las víctimas inocentes-, sino contra Occidente. Lo que se estaba atacando era a nuestra civilización,  nuestra forma de vivir, a la cultura occidental, de todo lo cual se aprovechan para intentar aniquilarla. Por ello, ese futuro que vislumbramos, es incierto para la civilización occidental y algunos no quieren verlo. Emplean conceptos que, no siendo sinónimos, hacen llegar a la opinión pública para ocultar la realidad, que son cómplices de la intranquilidad en que se ha de vivir: que las escuelas, los centros oficiales, deban ser custodiados, que los presupuestos deban dejar de lado el progreso, para decidicarlo a la seguridad, es decir, a intentar preservar el derecho a la vida. El terrorismo islamista avanza a pasos agigantados. Ya no es sólo las espeluznantes decapitaciones de que las que se vanaglorian, ya no es sólo la exterminación de lo yazeries, ni los secuestros, venta y violación de grupos de niñas en Nigeria, ni la quema de iglesias en Nigeria, ya hacen acto de presencia en Gaza, donde ese otro grupo terrorista llamado Hamas impone su dictadura,  a pesar de que algunos países quieren sacarlo de la lista internacional de grupos terroristas. Y finalmente, escenifican toda su barbarie en Europa. No se puede seguir confundiendo a la poblobación hablando de “islamofobia” (pues nada hay contra el Islam como religión), lo que la cultura occidental quiere, y debe, es defenderse de la “islamización” (pérdida de nuestras características e idiosincrasia) y, por supuesto, del “islamismo”, en cuanto la imposición por la fuerza de sus creencias religiosas. Hagamos visible la hipocresía de los países que financian el terrorismo internacional y, a la vez, “lavan su conciencia” colaborando con Occidente en la lucha contra el fanatismo islamista. Países cuyos nombres, para mayor gloria, cubren parte del “merchandising” deportivo, que tan dispuestos estamos a incorporar a nuestras vidas y que aceptamos como válido. Europa no debe dejar que el terror, el fundamentalismo, la aniquilación del que no profese lo mismo que su convecino, vuelva a reescribir en su territorio la etapa más negra de su historia de la humanidad:  ¿otro holocausto?. Pongamos fin al “buenismo”, aceptemos lo bueno de la pluralidad cultural y religiosa,  arbitremos las medidas para apartar a los terroristas y que no volvamos a tener que hacer demostraciones de convivencia (manifestación en París) a las que acuden personajes políticos, que después piden perdón por su asistencia o que apoyan a grupos terrorista en otros países. Occidente lo agradecerá. Abraham Barchilón es presidente de la Comunidad Judía de les Illes Balears

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Entre el fútbol y la muerte, por Jorge Rozemblum

No son estos buenos días para acaparar el interés y recibir la compasión de la gente, ocupados globalmente en los resultados del Mundial de Brasil. Los homenajes (como el planeado minuto de silencio por las víctimas de AMIA al inicio del partido Argentina-Irán) no fueron aceptados por la organización que mide los segundos de emisión planetaria en millones de dólares, ni las múltiples cámaras en los estadios se fijaron en las pancartas por los tres chicos israelíes secuestrados y asesinados. Irak y el califato yihadista tendrán que esperar hasta que sepamos quién es el campeón.No es la primera vez que el fútbol logra distraer las miradas mundiales de la muerte. En 1978, Argentina presentó al mundo un campeonato en medio de una Guerra Sucia particular que se cobró decenas de miles de muertos y “desaparecidos”, pero que durante los días de gloria de Kempes logró que la insurgencia y los militares pactaran una tregua. Justamente días antes del inicio del siguiente encuentro, ya en tierras hispanas en 1982, la misma dictadura se veía envuelta en la Guerra de las Malvinas frente al Reino Unido, mientras que en Israel comenzaba la que, a posteriori, se llamaría Primera Guerra del LíbanoEn 1986, dos días antes que todo el mundo aprendiese a decir Maradona, más de una docena de personas resultaron heridas en el aeropuerto madrileño al estallar una bomba oculta en una maleta que iba a ser embarcada en un avión israelí. En 1990, sin embargo, Sadam Hussein no quiso perder protagonismo y postergó su invasión del vecino Kuwait al mes siguiente de la final en Italia. Por el contrario, 1994 fue un año excepcionalmente pacífico, así como 1998. Pero el siglo XXI comenzó reventando muchas burbujas y sueños, y en 2002 ya todo el mundo sabía decir Al Qaeda y Bin Laden, y cuatro años más tarde, los protagonistas eran actores muy frescos aún en la memoria, como Corea del Norte, Hamás en Gaza y los comienzos de la carrera nuclear de Irán. Ayer mismo, en 2010, mientras las vuvuzelas surafricanas proclamaban el éxito de la selección española, unas 74 personas que miraban el partido por la televisión en Kampala, Uganda, fueron asesinados por Al Shabab, la filial somalí de Al Qaeda, organización yihadista que en estos días justamente ha perdido su hegemonía al frente de la Guerra Santa mundial, desplazada por los descerebrados nostálgicos del califato que ya dominan el norte de Siria e Irak.¿Coincidencia? La verdad es que cada vez es más difícil encontrar un período de algunas semanas en el que la muerte y la violencia más atroz no estén en el trasfondo, como invitados invisibles de nuestra cotidianeidad, mientras vitoreamos a las selecciones y los colores de nuestra modernidad tribal. Quizás sea la única manera de superar el dolor de la realidad. Si no existiera algo así, seguramente habría que inventarlo. Shabat Shalom. Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad Para acceder al boletín especial de la programación completa de las dos últimas semanas de Radio Sefarad, del 21 de junio al 4 de julio de 2014, pulse aquí

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Cuenta atrás para la vuelta atrás, por Jorge Rozemblum

Posiblemente estemos sólo a días de ver la proclamación del primer estado yihadista del mundo en Irak, aunque la verdadera traducción de la primera palabra del nombre del ejército Estado Islámico de Irak y el Levante no sea correcta. En árabe es“al-dawla”: ciclo o era. La intención no es controlar un país, sino recuperar el “espíritu santo de combate” medieval que llevó al Islam a propagarse en sólo un par de generaciones desde Meca hasta el Atlántico y el Indo, entonces a golpe de cimatarra y hoy gracias a las armas que los gobiernos (empezando por EE.UU. y la Unión Europea, y siguiendo por Turquía y las petro-monarquías) les venden o, mejor aún, les regalan. Lo lógico es que, si nadie lo evita, pronto lleguen a Bagdad y de ahí logren avanzar reforzados hacia Damasco y otros nuevos objetivos ahora a su alcance. ¿Es posible ese escenario? Sólo si nadie le pone freno a tiempo. Pero, ¿dónde está el maquinista? ¿No es el mismo que está desenganchando los vagones de la propia Irak y Afganistán, quién deja que Irán fabrique la bomba que descarrile las vías? ¿Acaso no está dando la bienvenida a bordo a los pasajeros palestinos de Hamás que traen cohetes a sus camarotes? Algo le está pasando a la historia. Rusia ya no es la Unión Soviética, pero su presidente juega a las mismas temperaturas bélicas y trata a los pueblos fronterizos con la misma dureza y paternalismo que sus predecesores. En Egipto vuelven los faraones, tras una primavera de marketing cuyas flores marchitan entre rejas. En Irán basta una sonrisa y la compra de periodistas extranjeros en crisis para que nadie se cuestione sus mentiras (como el acuerdo de memorándum con Argentina, las negociaciones con el Grupo 5+1 para el cese de la fabricación de armamento nuclear) y las condenas de muerte o muertes en vida para homosexuales y mujeres esclavizadas. Paradójicamente, los sitios que mejor resisten el retroceso aeras anteriores son los gobernados por monarquías absolutistas, para quienes el pasado siempre ha sido el presente. Mientras tanto, nuestros propios camarotes en primera cada día están más desatendidos y los viajeros sin billete se arraciman en los pasillos e impiden llegar al restaurante y los atestados lavabos. Cuando alguien se queja a los revisores, estos se limitan a hojear el reglamento y formular recomendaciones redactadas para trayectos menos azarosos, como seguir ajustándose más los cinturones, cerrar bien las ventanas y bajar los visillos para no ver lo que se viene. Ello no impide que de vez en cuando, al cruzarnos con otro convoy en sentido contrario nos asalte la extraña sensación de que en lugar de avanzar, marchamos hacia atrás. Shabat Shalom. Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad Para acceder al boletín de la programación completa de Radio Sefarad del 7 al 13 de junio de 2014, pulse aquí

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Drones humanos, por Jorge Rozemblum

Son muchas las organizaciones no gubernamentales (y los grupos que sí aspiran a serlo) que denuncian el uso de aviones y barcos no tripulados en acciones bélicas. Sin embargo, no dicen ni una sola palabra contra las personas utilizadas como bombas a control remoto. Su forma de actuar, que contradice no sólo toda ética sino también la propia naturaleza e instintos humanos, es producto de un lavado de cerebro, muchas veces indirectamente financiado por sus propias futuras víctimas (mejor dicho, por sus gobiernos).Esta estrategia ha servido para sembrar el pánico en Oriente Próximo, de Afganistán a Egipto. Y ha sido tal el efecto psicológico de parálisis y dolor, que han empezado a exportarlo con éxito más allá de las zonas de conflicto a otras, justamente para crearlos. No es algo espontáneo, sino un plan maquinado por ideólogos de la manipulación y subyugación de la voluntad -cuyo campo de acción se ha viralizado gracias a Internet- para universalizar la Yihad, la misión suprema de revelar su Verdad por los medios que sean. Su entorno de captación ya no es los demasiado controlados templos religiosos, sino los patios de las cárceles y los locutorios en los que por unos céntimos audiovisualizan las proezas de los mártires, los drones humanos cuyos hilos invisibles manejan a distancia los estrategas del Apocalipsis.Mientras, Europa corre a comprar paraguas de papel cuando el diluvio ya ha comenzado, a pesar del espectáculo de truenos y luces que lo anunciaban. Para la policía de la capital política del continente, por ejemplo, fue más importante defender su prestigio, que aceptar ayuda extranjera para la detención de un terrorista. Cinco días estuvo Mehdi Nemmouche en Bélgica después de asesinar a cuatro personas en el Museo Judío, hasta que decidió ir a Francia. Su “sofisticado” plan de fuga incluía una línea de autocar con revisiones en la frontera. Llevando encima una pistola y en el equipaje el rifle de la matanza, está claro que decidió entregarse ante la inoperancia de las fuerzas de seguridad europeas. Sangre y fama. Al día siguiente de su detención, y sin que fuera resultado de ninguna confesión suya, la policía francesa realizaba una detención de cuatro de los 600 yihadistas entrenados en Siria que se estima han retornado al país a la espera de poder atentar y sembrar el terror.Este atentado en particular sirve (si no era evidente antes) para desmontar la patraña del antiisraelismo o antisionismo como algo que no va en contra de los propios judíos, que no es antisemitismo o judeofobia, como lo fue hace casi 20 años el atentado de Hezbolá contra la sede de la asociación cultural judía AMIA en Buenos Aires. En este caso, incluso, el odio es tan visceral (como lo fue la cobardía de Mohammed Merah en 2012 al matar a unos niños en una escuela de Toulouse) que ni siquiera se dirigió contra una institución judía, sino a una en la que simplemente aparecía ese nombre. Drones humanos que disparan y bombardean símbolos. En España y Europa sabemos quiénes son. ¿Haremos algo de verdad para defendernos de ellos?Shabat Shalom Jorge Rozemblu es director de Radio Sefarad Para acceder al boletín de la programación completa de Radio Sefarad del 31de mayo al 6 de junio de 2014, pulse aquí

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