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Seña y saña, por Jorge Rozemblum

A pesar del título, esta columna no va de lingüística sino de periodismo. O de ambas cosas y de ética cuando el sujeto del titular es Israel. Esta semana: “Israel ataca Gaza”. Más abajo y en tamaño menor: “En respuesta al lanzamiento de un cohete contra su territorio”. El titular elegido no enseña, sino que se ensaña: no indica para dar a entender algo o venir en conocimiento de ello (como la primera definición de “seña” en el diccionario), sino que lo hace con furor, enojo ciego e intención rencorosa y cruel (como en la entrada de “saña”). Imaginemos un titular al día siguiente del desembarco en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial: “Estados Unidos ataca Europa”. No faltarán elementos gráficos que justifiquen, corroboren y refuercen un encabezamiento así, difícilmente imaginable en un país de los aliados entonces. La ética periodística no lo hubiera permitido, a menos que fuese colaboracionista de los regímenes nazi y fascista. Sin embargo, la saña y la tergiversación gramatical son el pan nuestro de cada día en la prensa de lengua hispana en lo que a Israel se refiere, hasta convertirse en su “seña” de identidad. Enseña su saña: muestra, más que su filiación ideológica, la ausencia de un pensamiento crítico y responsable. Si todos (o la mayoría) actúan igual, por algo será, como diría el ensañado y galardonado escritor antisemita Antonio Gala. La “mala uva” (una expresión castiza sobre las malas intenciones, que puede tener su origen nada menos que en las normas dietéticas judías) no sólo afecta al juego gramatical de demonizar al sujeto (o mejor, convertir en sujeto activo de la oración al “malo” de la película), sino también a la semántica, revirtiendo el significado de las palabras (por ejemplo, holocausto pasa de ser un genocidio contra los judíos a estar provocado por ellos contra los palestinos) e incluso a la edición, trazando un mensaje subyacente. Sirva de ejemplo una noticia del mes pasado cuando el padre de la víctima árabe del asesinato en Jerusalén el año pasado pidió que su nombre no fuese leído en el acto del día de los caídos por las guerras y el terrorismo en Israel. En negrita leemos “joven palestino quemado vivo por judíos” y gracias a algunas protestas el subtítulo “sin justificación alguna“ (que parece aludir a alguna malvada acción israelí) se cambió por una negrita en el texto que dice “no dio ninguna justificación”, explicando la actitud de la familia al denegar el homenaje. A pesar del cuerpo de la noticia, el titular es “Israel retira el nombre de un palestino del muro dedicado a víctimas de atentados”. Es como escribir “El doctor Fulano desconecta al paciente Mengano y provoca su muerte”, aunque en el cuerpo de la noticia nos cuenten que ha sido a petición de la familia y con una orden judicial. ¿Por qué pasa esto? Porque a pesar de las leyendas y los mitos, los judíos y los israelíes no somos poderosos ni tan influyentes ni poseemos y dominamos los medios de comunicación. Seguimos siendo el blanco más fácil de la ignorancia, el prejuicio y la cobardía intelectual, las señas de los que suelen ensañarse con los diferentes. Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad

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V Foro Global de Lucha Contra el Antisemitismo

La semana pasada tuvo lugar en Jerusalén, el V Foro Global de Lucha Contra el Antisemitismo convocado por el Ministerio de Exteriores de Israel en al que se apuntaron hasta 1000 participantes de más de 50 países, incluidos representantes de varios gobiernos extranjeros, dirigentes y profesionales de comunidades judías, organizaciones internacionales de lucha contra el antisemitismo etc.  Por parte del gobierno de España participó Belén Alfaro, embajadora especial para las relaciones con la comunidad judía. Ha sido la p imera vez que la Federación de Comunidades Judías de España ha asistido a este evento que viene celebrándose cada dos años desde 2007. En palabras de Carolina Aisen, directora de la FCJE, «espacios de intercambio como este Foro nos permiten compartir best practices y dotar de nuevas ideas y estrategias a nuestros Observatorio de Antisemitismo«. Este año en particular el foro ha batido un récord de participación como consecuencia del sentido aumento del antisemitismo en Europa, que ha sido uno de los temas centrales a debate como refleja el programa del Foro. Los atentados de Toulouse, Bruselas, París, Copenhague han puesto de manifiesto la voluntad de ciertos componentes de la sociedad de atacar a la comunidad judía. Entre las conclusiones del foro, la necesidad de implicar a los gobiernos y administraciones a todos los niveles ya que el antisemitismo no es un problema de los judíos sino de toda la sociedad. En este sentido existe una tensión o incluso sensación de frustración por parte de las organizaciones judías debido a la carencia de una definición de trabajo de antisemitismo en las grandes organizaciones internacionales o estados como por ejemplo en  la Unión Europea.  Si bien se creó a mediados de 2014 un intergrupo parlamentario, presidido por Fernando López Aguilar, europarlamentario del PSOE y ex ministro de justicia, no han habido grandes avances. El hecho de que el antisemitismo como tal no tenga una definición de trabajo sino que quede categorizado como racismo, odio y/o discriminación dificulta asimismo la identificación de posibles acciones, ataques y hasta delitos. Otro tema que se trató en el Foro es la falta de sensibilidad respecto al antisemitismo en algunos estados y el problema de falta de legislación en este sentido. Todos los participantes coincidieron en notificar el aumento del antisemitismo en redes sociales que llega a todos los rincones del planeta y en todos los idiomas, y la impunidad de la que gozan quienes difunden ideas antisemitas e incitan al odio. El ambiente del V Foro Global de Lucha contra el Antisemitismo ha sido muy vivo ya que los participantes no sólo han escuchado las exposiciones de los ponentes sino que se han discutido en torno a lo expuesto e  intercambiado opiniones después de cada sesión. La Vanguardia: Delegaciones de 50 países se reúnen en Jerusalén para analizar antisemitismo Radio Sefarad: Entrevista a Carolina Aisen                

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Halcones con rama de olivo, por Jorge Rozemblum

El famoso símbolo de la paz de la paloma con una rama de olivo en el pico  tiene su origen en el relato bíblico del diluvio, mientras que el halcón (rey de las aves y de los cielos) ha sido utilizado como símbolo de belicosidad y aparece en las banderas y escudos de muchos países. En Israel los nombres de ambas especies también se utilizan para simbolizar actitudes políticas ante las amenazas bélicas y terroristas. Pero estas categorizaciones son dinámicas y cambiantes, como lo demuestran al menos tres casos de militares de la máxima graduación, demostradas dotes en el frente y una sólida fe en el uso de la fuerza como única salida que, sorprendentemente, “cambiaron de acera”. La vocación militar de Moshe Dayan se forjó en 1929, a raíz de las revueltas árabes en la Palestina del Mandato Británico en la que había nacido hace cien años, y que le llevó a incorporarse -con sólo 14- a la Haganá, la organización militar de autodefensa. Después pasó por una academia militar británica y participó en combates en Siria (donde perdió un ojo) durante la Segunda Guerra Mundial, en las filas del ejército australiano. Con el advenimiento del estado de Israel combatió en la Guerra de la Independencia de 1948, fue nombrado jefe de los ejércitos en 1953, dirigió el operativo de Suez en 1956, y fue Ministro de Defensa cuando la Guerra de los Seis Días, convirtiéndose en un icono muy popular en los zocos árabes de la Ciudad Vieja de Jerusalén reunificada. Sin embargo, en 1977, siendo Ministro de Exteriores en el gobierno del halcón Menahem Beguin, impulsó la firma de la paz con Egipto, incluida la devolución de la península del Sinaí y el desmantelamiento de asentamientos. La muerte le sorprendió en 1981 cuando creaba un nuevo partido político que proponía la cesión incondicional y unilateral de los territorios ocupados. Itzjak Rabin, siete años menor, también fue miembro de la Haganá y del Palmaj, su unidad de élite. Fue el general más joven con 31 años y, en 1964, jefe mayor del ejército, cargo al frente del cual estuvo durante el colosal triunfo militar de 1967. En 1992, siendo Primer Ministro (por segunda vez), su “halconía” se trocó en amistad con su archienemigo Yasser Arafat, con quien firmó el Tratado de Paz de Camp David al año siguiente. En 1995 sería asesinado por su postura pacifista. El último caso es el de Ariel Sharon, convertido en monstruo mediático en 1982 a raíz de la masacre que las falanges libanesas perpetraron en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, después de una brillante hoja de servicios militares que incluía espectaculares acciones de comando, el cruce del Canal de Suez en la Guerra de Yom Kipur y otras destacadas actuaciones bélicas. En 2001 asumió como Primer Ministro y hasta el coma, en el que se sumió a finales de 2005, levantó la polémica valla de separación en Cisjordania pero también llevó a cabo la retirada unilateral de Gaza, por la que recibió el apoyo de las fuerzas más pacifistas y las críticas más enconadas de sus antiguos compañeros ideológicos. ¿Cuántos casos de generales victoriosos que se inclinan finalmente por el diálogo y la concesión hay en otros países? ¿Se convertirá también Netanyahu de halcón a paloma? ¿Habrá alguien que le tiente con una rama de olivo? Shabat Shalom Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad

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Croquetas de camello, por Jorge Rozemblum

Esta semana, una web satírica en inglés, The Israeli Daily, de inspiración similar a la española El Mundo Today pero centrada en Israel y el Oriente Próximo, publicaba un artículo titulado: “Naciones Unidas condena a Israel por la ocupación de Nepal”. La entrada venía ilustrada con la foto de un desdentado y simpático nepalí que parece dar la bienvenida a tal medida. Por supuesto, no hay que ser muy listo ni saber idiomas para caer en la cuenta de que se trata de una broma, incluso si en una parte se apunta que Penélope Cruz y Javier Bardem han escrito una carta acusando a Israel de genocidio contra el pueblo nepalí. O si se miran los titulares de las otras noticias relacionadas, como aquella que habla de que Israel interceptó una tonelada de condones iraníes radioactivos enviados a Gaza. El impacto de la ironía es directamente proporcional a su credibilidad: si fuera algo burdo e inviable, no tendría la misma gracia. Sin embargo, la proverbial inteligencia de los judíos se demostró esta semana como otro mito antisemita (aunque aparentemente positivo). Mucha gente (que me consta que saben idiomas) reaccionó vehementemente en los comentarios de las redes sociales. Alguno incluso llegó a aprovechar la oportunidad para escribir una larga respuesta. Espero (por mi propia autoestima colectiva como pueblo) que haya sido fruto de no haber leído el artículo. Lo más preocupante es que, incluso después de advertirles de lo que realmente se trataba, algunos siguieron ignorando la realidad porque la que se habían construido les resultaba más cómoda que reconocer haberse dejado engañar (y más por fuentes consideradas fiables y cercanas). Pocas horas después, las mismas redes se hacían eco de una noticia, esta vez auténtica y bastante similar: la venezolana TeleSur citaba a HispanTV (la televisión exterior iraní) según la cual organizaciones no gubernamentales denunciaron al “régimen sionista” (les pasa algo en la lengua si pronuncian “Israel”) por el tráfico de recién nacidos bajo el pretexto de brindar ayuda humanitaria. Es una buena explicación al por qué los países musulmanes (que no andan necesitados de robar bebés extranjeros), mucho más cercanos a la zona del desastre como el propio Irán, no han ofrecido ayuda alguna. Espero que esta última frase se haya entendido como ironía. Recuerdo que cuando llegué a este país hace muchos años había en Barcelona un bar de pinchos en cuya vidriera tenía como reclamo unos dibujos y carteles tipo: hay croquetas de camello y albóndigas de elefante. Lo mejor de todo es que debajo de las frases y las caricaturas habían escrito: es broma. Personalmente me resultó más cómica la aclaración que el propio chiste. Hoy pienso que tenían razón y es muy probable que se vieran obligados a agregar la leyenda después de que más de uno les exigiese servir alguno de los prometidos y exóticos manjares. Quizás incluso The Israeli Daily tenga que tomar una medida similar, ya que parece que la ironía, la inteligencia y el criterio para discernir lo real de lo imaginario no son atributos que lleguen bien repartidos a todos los miembros de una comunidad, ni siquiera a la nuestra, esto dicho sin iranías (perdón, ironías). Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad

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El corralito sefardí, por Jorge Rozemblum

Da el diccionario de “restituir” tres acepciones prácticamente coincidentes: volver algo a quien lo tenía antes; restablecer o poner algo en el estado que antes tenía; y dicho de una persona: volver al lugar de donde había salido. Por diferencia, la “concesión” es dar u otorgar algo que nunca se poseyó. Por ello, la ley en trámite sobre la nacionalidad a los sefardíes nace con el pecado original de un título inapropiado, una desviación lingüística mínima pero que se refleja en su reglamentación que define una serie de pruebas para demostrar la vinculación con España. Y digo restituir porque no se trata de otorgar la nacionalidad a un extranjero, sino de devolver a nacionales (aunque nacidos en el extranjero) lo que les corresponde por haber sido víctimas de un “real” atropello. Los judíos expulsados en 1492 no lo fueron porque suponían amenaza alguna para el poder o la unidad nacional o religiosa como se defiende a veces. Si así fuera no se entiende que no se expulsase en el mismo edicto a quienes profesaban la fe musulmana y que habían combatido contra el resto de España o eran descendientes de quienes la conquistaron por la fuerza. Los moriscos no fueron expulsados hasta más de un siglo después y por razones muy distintas, como su alzamiento violento contra el poder real. He leído y oído muchas tesis respecto al famoso edicto de los Reyes Católicos y la única que realmente me convence es la del puro y llano expolio, por las enormes deudas contraídas durante la Reconquista. La única salida que se ofrece al “corralito sefardí” es la conversión. Los tiempos demostrarían que a los que traicionaran su verdadera fe les esperaban los tribunales de la Inquisición, los malsines (delatores) y la “limpieza de sangre” para confirmar la conjetura del robo como móvil. Y a quien se le ha arrebatado y robado no se le concede: se le devuelve, se le restituye. Las víctimas del latrocinio reaccionaron de distintas maneras. Algunas, como los que se establecen en Ámsterdam en el siglo XVI, eliminan toda “vinculación con España”, definiéndose como sefardíes portugueses (aunque en su mayoría apenas habían morado unos años en ese reino). Otros se convertirán en piratas para atacar a los barcos españoles en el Caribe. Pero una gran parte, a pesar del agravio y el destierro, conservaron esos vínculos a un mundo cada vez más idealizado y lejano al que llamaban Sefarad, hasta el punto de convertirlo en su seña de filiación no sólo por lengua, costumbres y folclor, sino incluso como categoría dentro de la propia grey judía. ¿Qué mayor muestra de vinculación que distinguirse así de sus correligionarios y hermanos? A pesar de todo, los actuales descendientes de aquellos españoles de fe judía viven emocionados estos últimos compases antes de que la llave que guardaron en su corazón durante cinco siglos sirva para abrir la puerta de su propia identidad arrebatada. Dedicado a los asistentes a la III Cumbre Erensya y a los miles que representan. Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad  

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Dos, tres,… muchos Israel, por Jorge Rozemblum

En 1966 se convocaba en Cuba el primer congreso de la llamada Tricontinental, que reuniría a representantes revolucionarios de Latinoamérica, Asia y África, y donde se sentaron las bases ideológicas que han marcado muchos de los principios de la izquierda de los últimos casi 50 años. Allí publicó el Che Guevara su famoso discurso en el que formulaba la consigna de crear “dos, tres,… muchos Vietnam”, poniendo a ese país como ejemplo de resistencia ante el imperialismo estadounidense. En él exponía ideas como “el odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal. Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total”. Por frases como esa y como “cada gota de sangre derramada en un territorio bajo cuya bandera no se ha nacido, es experiencia que recoge quien sobrevive para aplicarla luego en la lucha por la liberación de su lugar de origen”, podrían considerarse a estas palabras como uno de los orígenes (al menos en el plano de la justificación ideológica) del terrorismo que desde entonces se extendió e internacionalizó. Por ejemplo, la acción terrorista contra Israel (anterior incluso a la “ocupación” de 1967) empezó en la Gaza conquistada por Egipto y financiada por Nasser, pasó por Jordania (que acribilló a los insurgentes palestinos en el sombrío “Septiembre Negro” de 1970), mudándose luego al sur del Líbano (donde desató una larga y cruenta guerra civil, y convirtió a la zona en campamento de entrenamiento terrorista internacional, incluidos grupos como ETA). Después de su derrota en 1982 y el exilio en Túnez, el terrorismo internacional abrió sucursal en Afganistán, extendiéndose a las vecinas Irak y Pakistán, y finalmente a Siria y Libia. Fueron muchos los Vietnam creados, no sólo contra el imperialismo norteamericano, sino incluso contra su archienemigo, la Unión Soviética (Afganistán, Chechenia, etc.). Hoy día no hay latitud ni longitud que no se haya convertido en escenario del anunciado “odio como factor de lucha”. Para muchos es un panorama desconcertante que se ven incapaces de manejar, viciados de conceptos fallidos que mezclan el idealismo y la solidaridad con las creencias más retrógradas y reaccionarias. Israel ha cumplido 67 años de enfrentamiento cotidiano a esta locura como estado (muchos más como nación) y es el espejo en que debería mirarse el mundo, horrorizado por la sinrazón. Porque no sólo ha sobrevivido, sino que lo ha conseguido en democracia, con respeto a las minorías (algunas incluso declaradamente enemigas de su existencia), creatividad y hasta prosperidad. Ello la convierte en modelo y esperanza. Yo también tuve en mi cuarto un poster del Che. Es hora de dejarse de iconos del engaño y derribar la consigna del odio creando en todo el mundo dos, tres,… muchos Israel, cuyo “factor de lucha” sea la vida en lugar de la muerte: ni más ni menos. Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad  

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Sin Israel no hay Holocausto, por Jorge Rozemblum

Hay una teoría difundida e infundada que sitúa los orígenes del Estado de Israel en la culpa de las naciones por lo ocurrido en el Holocausto, a modo de compensación por los horrores y desgracias sufridas por los judíos. Nada más lejos de la realidad. La idea del retorno de los judíos a su tierra ancestral fue un anhelo constante durante 20 siglos, a través de los cuales hubo incluso varios intentos frustrados de hacerlo de forma organizada. Pese a ello, siempre hubo un flujo de almas, especialmente hacia Jerusalén, que no se interrumpió ni en tiempos de absoluto abandono de la zona por las distintas potencias que la ocuparon. En realidad, fue justamente al revés: el Holocausto pudo existir por la inexistencia de un estado que protegiera a los judíos, a pesar de que el Mandato Británico sobre las antiguas posesiones otomanas fuera expresamente presentado ante la Sociedad de Naciones como un Hogar Nacional Judío. Una vez más, las promesas y declaraciones (la más famosa, la de Lord Balfour de 1918) no tardaron en incumplirse, con la creación apenas dos años después de un estado para los árabes de la región (entonces auto-identificados como sirios del sur) al que llamaron Transjordania, y al que asignaron nada menos que el 78% de la “tierra prometida” por ellos mismos. Fue entonces cuando los árabes del restante 22% del territorio, huérfanos de identidad y siquiera de un nombre propio, decidieron adoptar el título de palestinos con el que la corona inglesa denominaba a los lugareños, tanto árabes como judíos. Si los británicos hubieran cumplido con su palabra antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando la situación de los judíos alemanes empezaba a ser acuciante, éstos seguramente hubieran sido perseguidos y expoliados, pero hubieran tenido un lugar donde sobrevivir, como pasaría apenas unos años después con los que vivían en países árabes. Por el contrario, ante la colaboración ideológica de los principales líderes árabes (el Muftí de Jerusalén) y su agitación para provocar tumultos y matanzas contra los judíos en el Mandato, los británicos optaron por cerrar las puertas de la inmigración (y la consiguiente salvación) a la judería europea mediante las infames limitaciones conocidas como Libro Blanco. Fueron cómplices del Holocausto por omisión de socorro. Tampoco el resto de naciones hicieron mucho. La conferencia internacional de Evián de 1938 para solucionar el problema de los refugiados judíos se saldó apenas con un anecdótico ofrecimiento de la República Dominicana de acoger unos miles en la zona de Sosúa con la intención declarada de “blanquear” racialmente la población regional. Decía en un reportaje reciente Raúl Fernández Vítores, profesor de Filosofía y Director del CTIF Madrid Sur, que si Israel no existiese, nadie recordaría la Shoá, como durante tantas décadas no existió un genocidio armenio reconocido hasta que dicho estado se independizó de la Unión Soviética. Sin Israel no hay Holocausto, porque sin Israel no habría memoria del Holocausto. Jorge Rosemblum es director de Radio Sefarad  

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El país de los sabios idiotas, por Jorge Rozemblum

Aunque últimamente esta expresión se utiliza poco, los “idiots savants” (en español, idiotas sabios) son personas que presentan deficiencias mentales generalizadas, aunque destacan como genios en una habilidad específica. Seguramente recordarán el personaje del autista que interpretaba Dustin Hoffman en la película Rain Man y su increíble memoria matemática. O la inmadurez patológica, fuera del ámbito musical, con que Milos Forman describe en su filme Amadeus a Mozart. Hoy día, la corrección política ha sustituido esta expresión por la de sabios autistas. Pero no es de psicología o psiquiatría de lo que quiero hablar, sino de democracia. El resultado de las últimas elecciones en Israel supuso una gran sorpresa para ese país, que se había acostado con un empate técnico en las encuestas a pie de urna entre las fuerzas mayoritarias, y se despertó con una victoria aplastante de Netanyahu. No faltaron titulares que tildaron lo sucedido como “voto del miedo” y demás explicaciones atribuidas más a instintos primarios que a una decisión producto de la reflexión. Lo llamativo del caso es que muchos de esos mismos columnistas suelen apelar en otros casos a la sapiencia y desarrollada cultura de los judíos israelíes, líderes en desarrollos científicos y tecnológicos, así como en campos de las humanidades, de la filosofía a las artes. ¿Tiene sentido criticar lo que eligen los ciudadanos de un país, con todas las garantías democráticas para expresar su voluntad? ¿Es ético considerar que se han dejado arrastrar por la demagogia cuando el partido más votado no llega al 25%? ¿Lo es (por ejemplo) desde la óptica estadounidense, con un sistema que deja fuera a todo aquel que no encuentre respuesta entre republicanos o demócratas? Allí, como en todo el mundo, sí que suele utilizarse el “voto del miedo” llamándolo “voto útil”. En el caso israelí, seguramente sirvió para que Netanyahu arañara votos de sus socios de gobierno ideológicamente más cercanos, del mismo modo que la alianza Unión Sionista pretendía aglutinar el campo de centro-izquierda, a costa de futuribles socios de coalición. Pero no fue eso lo que determinó la orientación mayoritaria del nuevo parlamento. No se trata de juzgar los resultados según uno sea de izquierdas o de derechas, sino de respetar las normas del juego. Los que pintan a los israelíes como zombis sin criterio propio, que votan sin pensar, guiados únicamente por pasiones pasajeras, deberían replantearse si no son ellos mismos los que actúan irracionalmente fruto de una ofuscación ideológica, o creerse definitivamente que Israel es un país de sabios para todo, pero idiotas por no aceptar su visión.   Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad

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El canto del marrano, por Jorge Rozemblum

Durante mucho tiempo pensé, como afirman algunos estudiosos y el sentido común, que el apelativo “marrano” era un término peyorativo que comparaba a estos individuos con los cerdos. Pero resulta que la Real Academia de la Lengua Española invierte el proceso y cifra el origen etimológico de la palabra en el árabe “muharram”: una persona maldita o descomulgada, sucia, desaseada, grosera y sin modales, lo que ha llevado a aplicar esta descripción del anatemizado al cerdo, animal al que consideran impuro y digno de desprecio. O sea, que los conversos no son “marranos” por su origen, sino al contrario: los cochinos y puercos lo son por comportarse como alguien que abandona su fe original. Esta semana comienza en una universidad israelí un encuentro de expertos sobre este fenómeno, al que en hebreo prefieren llamar anusím, literalmente “forzados”, o “bnei anusím” (hijos o descendientes de conversos forzados), un término legal rabínico que se aplica a los obligados a dejar el judaísmo contra su voluntad de forma general, sin identificar el origen geográfico. Y es que este fenómeno no es exclusivo de España, ni de la Península Ibérica, ni del mundo sefardí. Antes y después existieron otros casos de conversiones forzosas, por ejemplo, los de la comunidad judía de la ciudad persa de Mashad en 1740, y antes, los de la tribu judía de los Banu Qurayza en Arabia que osó resistirse a Mahoma, y cuyos hombres fueron decapitados uno a uno, y las mujeres y niños forzados a convertirse al Islam. Si el converso se mantiene fiel y observante en secreto, aunque sólo sea en el interior de su conciencia, es un anús. Si se trata de un judío que básicamente rechaza la existencia de Dios, es un min (apóstata), mientras que si cree en el Dios de Israel pero no observa sus preceptos, es un meshumad(hereje). Y es que, como señalaba el hispanista sefardí Israel Salvator Révah, el marrano es como un católico sin fe y un judío sin saber, aunque judío por voluntad. La palabra “marrano” ha pasado a muchos idiomas, incluido el ídish. Un poeta en esa lengua (Avrom Reisen) compuso un poema convertido en canción, “Zog marán”, que muchos han cantado en vísperas de Pésaj, como la época en que estamos: “Dime, hermano marrano, ¿dónde has preparado el seder(la cena de Pascua)? En una cámara de una cueva profunda, allí lo he preparado. Dime marrano, ¿de dónde y de quién has conseguido blancas matzot (panes sin levadura)? En la cámara, bajo la protección de Dios, mi esposa ha estirado la masa. Dime marrano, ¿cómo has hecho para conseguir una hagadá (libro del relato de la salida de Egipto)? Hace mucho tiempo que lo escondí en una grieta de la cueva. Dime marrano, ¿qué harás si oyen tu voz? Si el enemigo me apresa, moriré cantando”. Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad

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Perdono, pero no olvido, ¿tiene sentido?, por Verónica Nehama

No quisiera dogmatizar sobre un tema que se presta a la controversia desde todos los puntos de vista: histórico, filosófico, cultural, y sobre todo religioso. Desearía relatar algunas vivencias que me llevaron a reflexionar sobre el perdón, la memoria y la justicia, para confrontar puntos de vista desde una plataforma de respeto y honestidad.  Todos pensamos que nuestras argumentaciones se basan en parámetros racionales y objetivos, pero, habitualmente, se sustentan en experiencias y creencias personales. Nuestras ideas son casi siempre subjetivas aunque las creamos objetivas y tratemos de darles categoría de verdades universales. He de confesar que ni siquiera he llegado a una conclusión, pues cada nueva lectura, aporta ideas y opiniones que hacen tambalearse mis presuntas convicciones. Mi reflexión sobre el perdón se inicia hace 6 años, cuando una anciana tía me revela la historia escondida de mi familia, y comprendo que su increíble epopeya, y el monolítico silencio protector de mis padres merecen un epílogo digno. Decido entonces escribir un libro para garantizar al menos la supervivencia espiritual de aquellos que nos permitieron vivir con la serenidad exenta del odio legítimo- insisto en lo de legítimo- que les roía el corazón. Aplicaron preceptos religiosos y principios elementales de sicología, “adelgazando” sus rencores, para permitirnos crecer en paz. Así nace las “Turquesas Mágicas”, un homenaje a su memoria y un testimonio para mis descendientes, que de otro modo nunca conocerían sus raíces. ¡Descubrí atónita que hombres, mujeres y niños expiaron culpas que no cometieron! ¡Mi bisabuela tenía justo la edad que yo acababa de cumplir cuando fue gaseada en Auschwitz! Desposeídos de sus bienes, torturados con saña, millones de seres humanos fueron deportados y asesinados en los campos de la muerte, solamente porque eran judíos. No fueron los únicos, otros muchos recibieron un maltrato semejante por su raza como los gitanos (no había suficientes negros para percibirlos como amenaza), por sus ideas políticas (los disidentes), por su cristianismo (curas y monjas), o simplemente a causa de una deformidad física o mental. El 27 de enero el mundo conmemoró el 70 aniversario de la liberación del infierno de Auschwitz. Fue un genocidio industrial cometido por iluminados que pertenecían a la nación más civilizada del globo, lo cual demuestra que la cultura, y sobre todo la técnica, no han mejorado la condición humana. Los nazis pregonaban la hegemonía de la raza aria, y la eliminación de los seres inferiores del “Reich de los mil años”, ideado por un personajillo enclenque e histriónico, mucho más parecido a quienes denostaba, que a los rubios atléticos a los que tanto admiraba. En cambio, la mayoría de los judíos se distinguían tan poco de sus compatriotas, que fue necesario imponerles un estigma externo, la infamante estrella amarilla. Cuando era pequeña, en mi Egipto natal y conscientemente olvidado, las pocas alusiones a la Guerra y el Holocausto – que los judíos denominan “Shoá”, es decir desastre- se hacían entre susurros. Casi toda mi familia paterna- 47 personas- había perecido en Auschwitz, pero la consigna del silencio nos mantenía, a mis hermanos y a mí, en una bendita inopia. Crecíamos felices, arropados por el amor de quienes habían renunciado voluntariamente a la liberadora catarsis de la confesión, para preservar a los que llevaban en sus genes la esencia de los muertos. Los supervivientes sabían que la esperanza no debe contaminarse con el odio, que encerraron para siempre en el santuario de su corazón.Fingieron olvidar. Un pasaje del Éxodo afirma que los comportamientos de los padres afectan a los descendientes hasta la tercera generación. Nuestros progenitores sabían que resistir las embestidas de la intolerancia demanda raíces sólidamente encastradas en un denso sustrato de memoria, pero construir la identidad exige alas para trascender el contexto. Sacrificaron el pasado para garantizar el futuro y se negaron a lastrarnos con sus justos resentimientos. Enterraron sus dolores en la tumba del falso olvido, pero la historia, tenaz como un río subterráneo, emergió para purificar los recuerdos. Con el conocimiento de los hechos, comenzaron las especulaciones y los problemas de conciencia. Los juicios de Nuremberg apenas castigaron a unos centenares de verdugos. Numerosos filósofos, sicólogos y escritores intentaron hallar una explicación a la barbarie y aparecieron relatos espeluznantes, que dividieron a la opinión pública. Una parte del mundo exigía reparaciones y castigos en nombre de la Justicia. Otra, sin embargo abogaba por el Perdón, pues sostenía que la grandeza consiste en “perdonar lo imperdonable”, porque redime al victimario y a la víctima. Tanto en el Judaísmo como en el Cristianismo, Dios, con su Misericordia, tiene la potestad de perdonar. Pero, ejercitar ese perdón PURO (ejercido por Jesucristo en la cruz) demanda renunciar no solo a la venganza, sino también a la Justicia, un concepto más arraigado en nuestro acervo cultural que la indulgencia y la compasión. Ortega afirma: “Las creencias, están más arraigadas en nuestro espíritu que las ideas”. Es evidente que los saberes absorbidos con la leche materna conforman la trama y urdimbre de nuestro tejido vital, y que Las enseñanzas de nuestra infancia son el fundamento de nuestra personalidad. Nuestros padres nos enseñaron que es necesario merecer y ganar los derechos, pues reclamarlos como débito condena a la dependencia, y otorga poder a quienes los conceden. Nos educaron en la Tsedaká – precepto bíblico que ordena dar a los pobres el diezmo, que es justicia y no solo caridad – instándonos a entregar lo suficiente para permitir al necesitado ejercer a su vez el poder dignificante de la dádiva. Nos ilustraron sobre la valentía de ser diferentes sin esperar la generosidad de los demás para aceptar esa diferencia. La transgresión de la primera norma –asumirnos como diferentes- nos conducía a la asimilación; pero el incumplimiento por parte de nuestros semejantes de la segunda- no aceptarnos como tales- originaba el odio. Esperaban que su cariño nos preservara más allá de su muerte, y nos protegieron contra su propio dolor, para permitirnos encajar en las culturas locales. Pero sabían que los hombres son a menudo malvados y egoístas. Los personajes bíblicos, paradigma

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