Discurso de Isaac Querub en Acto de Estado
Presidente del Senado, Ministro de Justicia, Embajadores, Representantes de los grupos parlamentarios, Señoras y señores, “¿Vosotros que sabéis? Sabías que el hambre hace centellear los ojos Y que les hace ensombrecer Sabías que se puede ver morir a la propia madre Sin llorar ¿Vosotros que sabéis? Sabías que por la mañana se desea la muerte Y por la tarde se la teme Sabías que un día es más largo que un año Que un minuto es más largo que una vida Sabías que los huesos son más frágiles que los ojos Los nervios son más fuertes que los huesos Que el corazón es más duro que el acero ¿Vosotros que sabéis? Sabías que el sufrimiento es infinito Que el horror no tiene límites ¿Lo sabíais? ¿Vosotros que sabéis? Con este poema de Charlotte Delbo, superviviente de Auschwitz, recordamos hoy a los seis millones de judíos asesinados por el nazismo, todas ellas personas inocentes que perecieron en la noche más oscura de la Humanidad. Amparados en la solemnidad de este acto, rendimos homenaje a la memoria de las víctimas del peor crimen de la historia: la Shoa. No son sus escalofriantes números ni sus inenarrables métodos. No sólo. La inmensidad criminal del Holocausto reside en su singularidad, en su planteamiento único y perverso; en su concepción ideológica; esto es la eliminación total e indiscriminada de un colectivo humano entero como procedimiento necesario hacia la consecución de un orden social puro. La ejecución singular del Holocausto está así enraizada en los rincones más primarios y sombríos de la condición humana y del mal absoluto, encarnado en el propósito nacionalsocialista de borrar a los judíos del orden natural por el mero hecho de existir. Hitler fue claro al categorizar al judío como un ser fuera de la naturaleza. En este sentido, el Holocausto no es un problema judío. El Holocausto —la Shoá— es, en su acepción más absoluta y profunda, un problema humano. Como sentenció Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz, y conciencia viva de la memoria del Holocausto hasta su muerte el pasado mes de julio: «En el Holocausto no sólo murieron judíos, también murió la condición humana”. Hoy, en el Día Internacional de la Conmemoración de la Memoria de las Víctimas del Holocausto, alzamos nuestra voz al unísono para que las víctimas no caigan en el olvido. Entre nosotros están Annette Cabelli, superviviente del campo de la muerte en Auschwitz, y Rhoda Henelde, superviviente, deportada a Siberia con 2 años cuando sus padres huían de las tropas nazis, y luego encerrada en diferentes campos para desplazados. La presencia de ambas, su testimonio, su luz y su sentido de la responsabilidad dignifican este solemne evento. Nos congregamos, unimos fuerzas y clamamos abiertamente que nunca jamás permitiremos que vuelva a ocurrir. Y lo hacemos todos, judíos y no judíos. Ciudadanos conscientes y comprometidos. Seres humanos que entienden que la vida en común debe estar regida por un código ético de respeto al prójimo, de responsabilidad personal y de protección al más débil. De hecho, tras la Shoá, la comunidad internacional se conformó en torno a este código, como prevención a los genocidios y a los asesinatos en masa. Y así la Carta de las Naciones Unidas reafirma “la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana….” Fue el filósofo y escritor español George Santayana quien dijo que “los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.” Indudablemente, el recuerdo se sitúa como una de las más importantes tareas para que el Holocausto no vuelva a suceder. Sin embargo, el recuerdo no es el único pilar que nos libra de la barbarie. Recordar a las víctimas es necesario y vital, pero insuficiente. Tenemos el compromiso de cumplir con el deber que nos encomienda la voz de Auschwitz: vitar que ningún proyecto político o social pueda prosperar sobre la sangre o el sufrimiento el prójimo ya sea este diferente o no. Y esta ardua y difícil tarea requiere de un mayor esfuerzo colectivo. Este objetivo supone que debemos estar en situación de alerta permanente. Prueba de ello es que las lecciones del Holocausto siguen más vigentes que nunca. El Occidente de 2017 no es el Occidente de 1930. No obstante, las sinagogas, los colegios y los centros comunitarios judíos están de nuevo bajo protección policial y militar. En esta Europa, testigo y protagonista del Holocausto, siguen muriendo judíos por el hecho de serlo. El terrorismo yihadista y los movimientos xenófobos siguen avivando la llama del antisemitismo. La amenaza sigue activa y no podemos desfallecer. Una ola de racismo y populismo recorre de nuevo el continente y amenaza con alcanzar el poder y aplicar una agenda política que tiene como eje el rechazo al diferente. No en vano sufrimos el resurgimiento de un lenguaje de odio y de violencia que, como ha demostrado la historia, es la antesala de la tragedia. En sus múltiples manifestaciones, el antisemitismo se ha caracterizado por el uso de un lenguaje tóxico y acusador como preludio del acoso y del derramamiento de sangre. La cámara de gas no es sino el final siniestro de un proceso implacable que comienza con la abolición del pensamiento y con la forja de un lenguaje a la medida de los perversos. Siempre que se ha azuzado al fantasma del odio y la violencia contra los judíos, se ha fraguado la matanza. El Rabino Abraham Joshua Heschel, activista histórico por los derechos humanos en los Estados Unidos, sentenció que “el Holocausto no empezó con tanques y hornos crematorios, sino con palabras malvadas, lenguaje difamatorio y propaganda.” Es una realidad que no podemos ignorar. Por esta razón es vital para nuestras democracias que la ley pueda prevenir estas manifestaciones de intolerancia e incitación a la violencia. La última reforma del Código Penal en nuestro país es un paso acertado que ha dotado a nuestro ordenamiento de nuevas herramientas para prevenir los delitos de odio. Tenemos pendiente asimismo la lucha contra la trivialización o incluso